Ana Vera Palomino
Esta historia, La función de las Parcas (Universidad de San Martín de Porres, 2004) de Elma Murrugarra, se descubre como la realización de un
espectáculo. El espectáculo del amor. Recreación que la joven comunicadora y
poeta, Elma Murrugarra, hila con impecable y delicado lirismo
en “La Función de las Parcas”. Así, nos
es presentada una pareja de enamorados cuyos encuentros-desencuentros (“te dejo y no nos queremos, te extraño y no
nos dejamos”), se desmadejan sobre una especie de plataforma teatral.
Dividida en dos actos y
en tres secuencias que completan la obra, la trama despega con una parte
introductoria o Introito, seguido por un Intermedio, culminando con el Final:
un breve poema escoltado por dignas interrogantes.
Con proemio de Yolanda Westphalen y
comentario de José Watanabe, la Escuela Profesional de Ciencias de la
Comunicación en su serie Periodismo y literatura, tuvo a bien en editar este
bello canto de amor, donde Elma Murrugarra se rinde –nuevamente- ante la
práctica poética. Ya en el 2002 publicó “Juegos”.
En este segundo libro, los
versos cortos y resueltos se deslizan decididamente. Y de forma pensada, muy
armónica, el sentimiento
intenso parece asomarse como manifestación de la experiencia del yo. El ritmo
del habla, el pensamiento retenido y a veces tímido, se libera al final en un
grito de silencio donde la poeta pregunta ¿quién
notó la ausencia de las voces?
Por su parte, el factor temporal se perfila con suma
importancia para la autora. El tiempo puede obedecer una función cronológica,
cumplir una función cíclica, o ser la más traviesa e irónica reinvención del
hombre. Donde, por ejemplo, se afirma “el
tiempo me consume” o jugar a “una
semana que son seis horas o de improviso tres años”. Ante esto, el empleo
delicado del sarcasmo suele confundirse entre aires de fantasía y surrealismo.
Al llegar a este vértice de la historia es de
impronta necesidad `conocerlas`. ¿A quién? A las Parcas o Moiras. Se dice que
hasta los dioses tenían el destino marcado por Cloto, Laquesis y Átropos; tres
deidades que no solo determinaban la vida, sino que de ellas pendía la
`suerte`. Cloto, la más joven, era dueña de telas e hilos de toda clase y
color. Con sus lienzos de seda y oro designaba a los hombres la felicidad;
mientras que la desgracia venía simbolizada con la lana y el cáñamo.
Laquesis distribuía el artilugio y, Átropos, la
mayor de las tres, con unas largas tijeras
cortaba el hilo de la vida. De improviso. Estas tres melancólicas
doncellas al asignar a cada quien una parte del bien y del mal, tejían el
destino. No obstante, en La Función de las Parcas,
hilvanada por Elma Murrugarra, somos nosotros quienes hacemos nuestro propio
porvenir.